Gobiernos entran y gobiernos salen y los niños siguen en la calle. Sus piruetas, malabares y actos de acrobacia que terminan estirando la mano a los automovilistas en muchos de los cruceros citadinos forman parte ya el paisaje urbano.

Tristeza, pero quizás más coraje, es el que despierta esta escena que se replica en un crucero sí y en el otro también. Para ellos no hay Día del Niño. Algunos sin saberlo, y en su infinita inocencia, hasta parecen disfrutar del espectáculo que brindan a los conductores.

Todo por una dádiva. Vivir de la dádiva, qué cruel, qué criminal. Y algunos hasta cobran dizque para protegerlos, qué cinismo.

¿Dónde están los defensores de los Derechos Humanos? ¿Dónde están los defensores de los Derechos de los Niños y Niñas? ¿Para qué hacer una Ley que los proteja si a nadie le importa un sorbete lo que a ellos les pasa, ni a sus propios padres?

Y peor aún, como dijo en una ocasión un gobernador, pareciera que ya “es normal” la presencia de los niños en los cruceros pidiendo limosna.

Para qué tanta alharaca, pues, con el slogan de “Primero los pobres, primero los niños” si al fin y al cabo es más fácil hacerse de la vista gorda y hacer como que no vemos el problema.